Se alzaba la traviata sobre el desayuno en flor de aquella primavera prometedora para sus ojos, y mezclando el embrujo del roció con la esperanza de los rayos del sol, andaba con los pies descalzos, sorteando el camino por el pasto verde y fresco, de aquella pradera que escondía la guarida del loco bohemio, donde escribía y bebía, escribía y bebía, y de nuevo a lo mismo.
Y con su bufanda amarillenta y el humo en sus dedos, danzaba por los pasillos de la calavera, aquella que le daba cobijo en sus noches heladas de fantasmas y fantasías.
De fondo, un Silvio aún joven, con el agudo sobrevenido y la guitarra astillando los acordes que retumbaban en las acartonadas paredes de las habitaciones, llenaba sus manos de mil relatos y sonrisas, imaginando finales, principios y lugares. Cubriendo cada rincón, creando posibles con las metáforas de un abril sin lluvia, y con la tinta que graba las lágrimas de los besos perdidos, juraba y juraba en el vacio de su silencio cada línea escrita
Se alzaba la traviata y sus amores que aún recordaba, entre tanto, el domingo terminaba con la última hora, y durmiendo sobre la luna soñaba los sueños que aún tendrían que llegar.
Nunca más se volvió a ver a la traviata en aquella textura tan infinita. Dicen, que alguien, en algún lugar sigue escribiendo por ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario