Llorabas demasiado. Siempre
pensé que me querías decir algo...
y aún tengo en mi retina la primera vez que conseguí dormite, y ver a mi hermana ahogada diciéndome: Narci, podrías llevar hoy a la niña…? Y al final terminó siendo mi afición semanal.
No te gustaba quedarte sola.
Ni que contarte pasar las mañanas entre cuatro paredes de colores que imitaban
intentar ser el mejor sitio para un niño, pero al recogerte de la guarde te
guardabas una sonrisa bajo el retrovisor: un bálsamo para un treintañero atontado.
Y Yo que por aquel entonces me flaqueaban las mejillas (cosas tontas que le pasan a los adultos) me hacías creer el hombre más afortunado de la tierra al agarrarme con tus dedos mi mano cuando íbamos por la calle.
Pero creo que el tiempo me ha
engañado…
ayer fui a la cafetería de
siempre empujando tu carrito con la abuela. El camarero te sonrió, y mientras
tomaba el café me tirabas por quinta vez el sonajero.
Y al despertarme hoy, en el
desayuno me estabas hablando de lo absurdo que es estudiar francés (yo
rebatiendo con acento francés que es el mejor idioma del mundo), que te has
picado con una saga, que hay un niño de tu clase muy tonto (si, si…muy tonto) y
ahora te tiras las horas muertas leyendo una colección de libros de hadas y
unicornios.
Llorabas demasiado. Nunca fue
fácil, pero no cambiaría nada. Absolutamente nada.
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