Usted, amor...


Me hablaron de ti,
desde la lejanía del olvido reticulado,
estrecho de armaduras
y repleto de velos inventados,
que nacían de aquellos versos
consumidos y perseguidos por los días,
aquellos días voraces, intrépidos y ocultos a la luz de tu voz.

Me hablaron de ti,
con tono desesperante y arruinado,
y yo, desde aquel cuarto leones
de corte francés y ventanas envejecidas,
me pronunciaba con aspavientos y movimientos precisos,
recreando mil y una vez las escenas que mí sien guardaba,
actos que nunca llegarían a ningún puerto.

Me hablaron de ti,
no entendían tus gestos, tus formas, tus palabras,
y me buscaban por las calles para darme acecho,
y explicarles el por qué de tus enojos y antojos,
¡que les iba a contar!, si el que menos te conocía era yo,
¡sí!, te había soñado tantas veces que era capaz de poder dibujarte
incluso con los ojos vendados,
pero nada era cierto, nada era real,
yo nunca supe de verdad quien eras tú.

Pero con todo y con eso,
me anduvieron, me coartaron mi silencio,
me obligaron, me detuvieron,
me llevaron por las calles a gritos,
me alzaron con sus manos
y me postraron en sus hazañas,
¡tuve que abalanzarme ante ellos!,
¡mentirles y renunciar a mi nombre!,
distorsionando las maneras, los besos, el movimiento de mis pasos
e incluso las miradas de mis hechos.

Mi tiempo nunca fue dueño de tus quehaceres,
no por negativas de mis pretensiones ni olvidos,
puede que por virtudes del azar del destino
jamás llegáramos a coincidir,
y con el paso del tiempo
fui asimilando y disimulando esta soledad mía,
remendada al costal de mis días,
y ahora al mirarte con la mirada deshilachada
me pregunto, ¿a quién amas?,
¡dímelo!, estos me aúllan desde sus fronteras,
aterrados en fila con sus fusiles adueñándose del aire que respiro,
y es que esta muralla envejecida de torpezas me frena,
ya no estoy para salir corriendo,
no es cuestión de edades, si no del corazón.

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