Toxico vertical (excesos de un poeta)

Debería de ir andando desnudo por la vida,
sellando las letras y coloreando mis besos,
para cuando venga la tristeza de los lunes.

Debería de entenderte y no más atormentarme,
comprender que tu vida no es la mía,
porque la mía ya se abandonó hace diez años,
¡y que puedo pedirte!, si aún no sabes nada,
ahora juegas con ser mayor,
y yo corriendo para ser de nuevo un niño.

Yo soy lo que ellas no quisieron a primera hora,
el resto de la buena suerte caducada,
en la antesala de un teatro extinguido de sonrisas.

Debería de cubrirme para no hacerme tanto daño,
pero mi corazón va por delante sin precisión,
porque no soy capaz de medirte,
no mido lo que te quiero,
no mido la calle donde te espero,
no mido la luz de neón,
que me vierte la sangre de mis pies,
en el regazo del silencio de quien te mira.
No mido el paso de los minutos,
ni la cuarta de mi peso,
 soy tan frágil que me da miedo sentirte,
miedo a recordarte,
miedo de mi mismo,
miedo a pensar en mañana,
miedo en imaginar, en soñar,
miedo cuando viene la noche.

Soy como lo que se pierde a última hora,
el último intento de un nacimiento torcido,
la verdad truncada por un intercambio con la luna,
la curiosa mirada perdida de un quizás,
o un verso equivocado en los labios cerrados
de quien no me ama.

Debería haber aprendido antes,
llevarte con mi manto a mi sien,
encajarte con mi viento,
darte un beso de despedida
y hacer que la vida fuera más sencilla.
No llorar ante el sol y haberte dicho,
que mi alma se llenaba con una sola mirada tuya.




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